Lola Fernández.- Aprovecho la actual #pandemia para analizar aquí la influencia que la enfermedad y la salud ha tenido a lo largo de la historia en la vida y obra de los autores, más concretamente en una de las familias más prolíficas que nos ha dado la literatura nunca: Las hermanas Brontë. Desde su más tierna infancia, Charlotte, Emily y Anne Brontë tuvieron que soportar la tristeza, dolor y melancolía de la gran pérdida de sus seres queridos tras intentar sanarles en el hogar.
Su drama comienza el 15 de septiembre de 1821 con el fallecimiento de la madre por un cáncer uterino o una sepsis pélvica tras dar a luz a la benjamina Anne. Su pérdida trastoca la rutina familiar y será su viudo, Patrick Brönte, quien solicite ayuda a su hermana para hacerse cargo de los más pequeños, mientras interna a sus dos hijas mayores, Mary y Elizabeth, con 11 y 10 años, en la lúgubre e infectada Cowan Bridge. Este lugar servirá de inspiración años después para recrear el insalubre centro de Lowood de Jane Eyre.
Allí las dos hermanas se contagian y tras una dura convalecencia por tuberculosis, tampoco consiguen sobrevivir. A partir de entonces, el resto de las niñas se quedan a estudiar en casa bajo la supervisión de su padre. Gracias a los mundos fantásticos que las tres escriben conjuntamente con su hermano, consiguen calmar su dolor al tiempo que adquieren experiencia para las novelas que vendrán después.
Mortales gripes
Entre 1803 y 1831 suceden en Gran Bretaña una serie de epidemias de gripe que causan muchas más muertes de gente de clase media que la letalidad ocasionada por el tifus en los más pobres. Esta serie de gripes mortales afecta más a los enfermos de mayor edad, quienes padecen asma o tuberculosis.
No existe diferencia de mortalidad entre hombres y mujeres, ni tampoco entre pueblos o ciudades, pero sí por zonas. La gripe de 1933 se ceba especialmente con York y Leeds, a tan sólo 24 millas de Haworth, el pueblo donde la familia Brontë se instala en 1920. La siguiente gran gripe que se inicia en Londres en noviembre de 1947 también se extiende por todo el país, originando la muerte y el empobrecimiento allá por donde pasaba.
En ese año, el único varón de los hermanos, Branwell, empieza a enfermar y después de una agonía sin precedentes expira en septiembre de 1848 tras dejarle de funcionar el riñón por lo que al principio parece una gastritis crónica. El diagnóstico del médico, sin embargo, será “bronquitis crónica”. Se sospecha también que la epilepsia sufrida durante su infancia podría haber empeorado por la adicción al alcohol, láudano y opio, provocándole la muerte.
Poco después, en diciembre de ese mismo año, y tras atender a su querido hermano a la rebelde Emily, autora de Cumbres Borrascosas, le aqueja una grave gripe que reactiva una latente infección tuberculosa. Oculta su malestar a su familia para evitar preocuparles y únicamente el mismo día de su fallecimiento consiente en ser asistida por un médico, que ya nada puede hacer por salvarla. Será Anne, su pequeña hermana, su inseparable compañera de juegos quien peor lo pase y velé a su enferma hermana durante sus últimas horas, contagiándose al mismo tiempo y soportando el mismo fatal destino el 28 de mayo de 1849.
La mayor de las tres hermanas Brontë, Charlotte Brontë, creadora de Jane Eyre y encargada de la difusión de la obra de sus hermanas tampoco tendrá mejor suerte. A finales de 1851, la superviviente de tan inmenso desastre familiar entra en una fuerte depresión al ser consciente de que sus más íntimas consejeras literarias, Emily y Anne, se han marchado para siempre de su lado, algo que el Doctor Ruddock trata de suavizar con mercurio, provocándole debilidad y vómitos.
Al poco tiempo, recobrara fuerzas para luchar por el legado literario de sus hermanas e inicia un noviazgo que acabará en boda. Después de su luna de miel con el Reverendo A. B. Nicholls, Charlotte Brontë se resfría tras andar con los pies mojados por el barro y en marzo de 1855 fallece por tisis. Sin embargo, los sirvientes y la propia Charlotte creerán que su estado se debe más a una Hyperemesis, una dolencia provocada por los fuertes vómitos del embarazo. Sea lo que fuere, se marchará habiendo contado a su íntima amiga y otra de las grandes escritoras victorianas, Elizabeth Gaskell, todas las vivencias de las tres hermanas.
Pese a que en su niñez, el reverendo Patrick padeció una grave inflamación de un pulmón y tuberculosis, terminará su vida con 84 años el 7 de junio de 1861, sobreviviendo a todos sus hijos.
Penurias
La obra de las Brontës está salpicada de todos estos episodios de pandemias y enfermedades. El personaje de Helen Burns, inspirado en la hermana mayor Mary, se convierte en la compañera fiel de Jane Eyre en el hospicio y en un ángel que iluminaría a la principal protagonista de la novela de Charlotte Brontë. El débil marido depravado, adicto y enfermo, de La inquilina de Wildfell Hall de Anne Brontë, sin duda, resulta tan real gracias a las frecuentes salidas de tono que tendría su hermano Branwell provocadas por su enfermedad y adicción. La desesperación de Heathcliff ante la muerte de Caroline por enfermedad refleja los sentimientos airados y enloquecidos que debió albergar Emily ante el fallecimiento de su querido hermano.
Al igual que ocurre ahora con la Covid-19, las pandemias impactaron de forma abrupta en la economía de las familias de clase media, como era el caso de las Brontës, cuyo padre cobraba un salario de 200 libras anuales. Sin embargo, ese dinero todavía era insuficiente para mantener a todos sus hijos, de tal forma que Charlotte y Anne tuvieron que salir de la casa para dedicarse a enseñar, la primera en una escuela y la segunda en dos hogares como institutriz, cuyo salario podía rondar las 50 libras al año, aunque había quien únicamente ganaba 20 libras al año. La necesidad de ganarse el sustento se refleja especialmente en “Annes Grey” que vive como institutriz, pero también en “Jane Eyre” que marcha a Thornfield Hall con el mismo propósito.
En aquellos años, la única manera digna de ganarse la vida para la mujer cultivada era ser profesora o institutriz. Pero su anhelo por salir de ese círculo y convertirse en escritoras insignes, con derecho propio en la posteridad, provocó que se sobrepusieran a sus enfermedades y crearan algunas de las obras más bellas de la literatura. Seguramente, y provocado por esos débiles pulmones, estas grandes escritoras tampoco tuvieran fuerzas para realizar otra cosa que no fuera escribir o leer. Ambas situaciones -la lucha por autoabastecerse junto con las penurias y los desprecios sufridos al ejercer su actividad profesional- contribuyeron a crear una realidad y una sensibilidad en sus novelas nunca descrita antes por mujeres.