La figura paterna en la literatura suele salir casi siempre bien parada, aunque evidentemente no en todos los casos ni en todas las épocas. Durante el siglo XIX y principios del XX, Thomas Hardy (1840-1928) uno de mis escritores Victorianos preferidos, describió en “El alcalde de Casterbridge” a uno de los progenitores más perversos de la ficción, capaz de vender a su mujer e hija -un bebé de meses- a un marinero cuando estaba medio borracho. Al día siguiente, resacoso y avergonzado por su nefasto comportamiento jura a Dios no volver a beber. Dieciocho años después y tras convertirse en el reputado Alcalde de Casterbridge las vuelve a encontrar, sin embargo, seguirá fiel a su esencia más pusilánime.
Otra escritora de esa época, Elizabeth Gaskell, refleja en “La noche oscura”, un padre también cobarde y derrochador, que para salvar su reputación y prestigio exige a su hija y jardinero que le encumbran en un asesinato. Ambas obras reflejan que si la mujer Victoriana se erigía en la literatura como el ángel de la casa, la función del padre (no lo diré) se limitaba a procurar bienestar económico, preocupado más por los terrenos y negocios que por la salud de su familia.
En mi obra, #ElPazodeLourizán, el papel de los padres resulta crucial para entenderla. El patriarca de la saga Los Carballo se muestra como un ser robusto y hostil, afanado por el prestigio social y empresarial frente a su primogénito, Aldo Carballo, un padre ausente y cobarde, desbordado por las circunstancias e incapaz de asumir su responsabilidad. Por su parte, Germán, el padre de Lúa, ya de otra generación, se muestra valiente y bondadoso pese al gran trastorno acaecido en su juventud que le hará emprender una huida a Lourizán para curar su corazón y de paso, estudiar Forestales.
#ElPazodeLourizán
Será allí donde conocerá a su mujer, mi madre porque debo confesar que el personaje de Germán está inspirado en mi propio padre, de nombre real Gisleno, quien solía mostrar una alma tierna y sensible dentro de su carácter enérgico y a veces, un poco contradictorio. Él fue quien me ayudó a ser escritora, sin saberlo, cuando ya estaba en sus últimos días.
En mi periplo por las letras, sin embargo, conocí a una magnífica autora gallega, Amara Castro, cuya primera novela “Con esto y un bizcocho” dibujaba a un padre maravilloso, exclusivamente preocupado por el bienestar de sus hijos, delicado en gustos y detalles, que me encantó. Por el contrario, otra literata viguesa, Inma López Silva, esbozaba en su novela “El libro de la hija”, padres sin piedad abusadores y acosadores con los más débiles.
En cualquier caso, la muestra ficticia resulta paralela a la real. Buenos y malos padres hemos visto en todos los lugares y en todos los libros. Pero hoy, Día del Padre, merece recordar a los buenos, a quienes nos llevaban a la playa para que las madres mientras tanto hicieran la comida; a los que nos ponía una Fanta y unos boquerones fritos en la Pachanga. Para mí, mi padre (igual para cada uno) siempre será el mejor, el más guapo y más bueno del mundo. Un dandy como aparece en la foto.
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